¿Qué es una herida primaria? ¿Cuántas y cuáles son? ¿Tendré alguna herida emocional acaecida en mi infancia? ¿Cómo las puedo identificar?
Las preguntas pueden surgir cuando muchas de las reacciones o actitudes que tengo son inmediatas, no razonadas, no meditadas, no pensadas. Es decir, cuando no sé ¿por qué hago lo qué hago? ¿por qué me proyecto en mi pareja? ¿Por qué infrinjo a mis hijos métodos, costumbres y creencias que me hicieron tanto daño en mi infancia?
El reto es transformar esas heridas en experiencia útil, no dolorosa que me permita ser emocionalmente equilibrado. Por ende, librar a mis hijos, pareja y personas cercanas de ser víctimas de mis propias inseguridades, dolores y heridas con las que he crecido y así no ir descargando e infringiendo estas heridas en toda persona con la que me relaciono.
El origen de estas heridas tiene que ver con la semilla del sufrimiento humano, podríamos iniciar antes, pero lo haremos a partir de nacimiento. El dolor tuvo un inicio, veamos la escena del nuestro nacimiento, ahí la primer pérdida, la separación de cuerpos, madre e hijo. Luego el recién nacido necesita encontrar la misma calidad de confort que en el útero de su madre, como son calor, blandura, ritmo cardíaco, voz, cuerpo protector, etc.
Ante la aterradora realidad, en donde el recién nacido se enfrenta a: Una inhóspita cuna vacía, sin movimiento, sin calor, sin…
Esto tiene dos vías en la historia de vida, una cuando cansado de repetir una y otra vez los mismos errores o experiencias desagradables y otra, conscientes de elegir recurrentemente opciones de conducta y comportamiento no inteligentes, lleguemos a concluir que: “No quiero vivir así”.
Por ello es determinante para mi nivel de autosatisfacción y aceptación, el poder identificar en mis conductas adultas, al niño herido que toma control de mí y de mi gestión de emociones que no me permiten ser un persona equilibrada.