Sé que como bautizado, como hijo de Dios estoy llamado a la santidad, y sé que Dios quiere que alcance la salvación. Pero soy un divorciado que he vuelto a contraer matrimonio civil. ¿Cómo hacer para lograrlo?

Esta realidad es cada día más abundante; personas que ante el fracaso de un primer matrimonio, deciden hacer un segundo intento por lograr establecer una familia. Sin embargo, estas condiciones hacen que el camino a la cima de la santidad se complique.

A pesar de todos los errores que podemos cometer, la misericordia del Señor es inmensa y la gracia de la conversión y de la salvación está siempre presente, entonces depende de nosotros la decisión para tomar el camino a la santidad. Lo que debemos cuidar es no confundir la misericordia del Señor con un dios permisivo, esto nos haría caer en un relativismo moral que se ajuste a nuestras necesidades.

El relativismo es una verdadera “plaga” que se apodera del sano juicio de nuestra sociedad, que hace que lo que antes era abierta y contundentemente considerado como pecado, ahora ha dejado de serlo, o por lo menos se ha convertido en un pecado no tan grave.

Los que nos encontramos en una condición, que San Juan Pablo II llamó “irregular”, es decir, católicos en segundas nupcias civiles o coloquialmente “divorciados vueltos a casar”. Debemos de asumir nuestra responsabilidad desde un punto de vista maduro, adulto, hablando en términos religiosos. Pues nuestra práctica religiosa requiere de un juicio adulto, con responsabilidades acordes a nuestra condición de adultos. De manera que toda justificación que pretendamos para suavizar la condición de pecado en que vivimos, no es más que un sesgo relativista de nuestra realidad.

En concreto, la condición de pecado en que se vive cuando uno es un “divorciado vuelto a casar”, contradice objetivamente la fidelidad del amor de Cristo por su esposa la Iglesia; significada y revivida en la Eucaristía. Y es por esto mismo que cualquier postura o argumento que pretenda “atenuar” el pecado que se comete, únicamente está aprovechando el argumento relativista y permisivo que distorsiona la realidad y la verdad en nuestro tiempo.

Con todo esto pareciera que la condenación es más que absoluta y definitiva, sin posibilidades, pero no es así. Cristo nuestro Señor ha querido que “todos los hombres se salven en cualquier situación irregular en que se encuentren” (F.C.). De manera que para ello nos ofrece medios concretos de salvación y estos medios o “Ejes de la Salvación” son:

                                                                          Oración                    Caridad                   Penitencia

Para alcanzar la santidad, fin último de todo bautizado, deberemos de perseverar en las obras de caridad, de penitencia y en la oración, para acceder a la Gracia de la conversión y de ahí a la santidad que nos llevará a la salvación de nuestra “alma inmortal” que vive en el cuerpo material, limitado y temporal.

Para ello no existe una fórmula mágica o una receta especial, la conversión es una de las muchas Gracias que recibimos de Dios nuestro Señor, quien siempre solicita de nuestra voluntad para que esto se haga posible. No hay que olvidar que como bautizado que soy, soy responsable por mis acciones y obligación de cumplir con lo que la única Iglesia que Jesucristo fundó me mande.

¿Qué quiere decir esto? Que si la consecuencia de mis actos es verme limitado de dos sacramentos (que el mismo Jesucristo instituyó para mi ayuda en el proceso de mi salvación), de acuerdo con mi condición de adulto, debo dejar la actitud de “víctima” y actuar a favor de mi salvación.

Trabajar para mi salvación es un proceso continuo de conversión a lo largo de toda mi vida; sin embargo, si persevero, el Señor obrará lo necesario para que el plan que para mí tenía trazado desde el principio de los tiempos, se haga realidad, cuando mi voluntad por alcanzar la santidad se vea colmada por la Gracia del Señor, quien lejos de verse ofendido por mis acciones, se compadece de mí por mi determinación de ser Santo.